Un viaje siempre genera emociones, sea cual sea el objetivo
del mismo. Es una experiencia que generalmente va de la mano con expectativas,
sueños e ilusiones, y que de alguna manera rompe con la cotidianidad, con lo
que acostumbramos hacer en nuestro diario vivir.
Esto se vuelve mas claro cuando volamos en avión, por el hecho de estar suspendidos en el aire,
entre medio de las nubes y con el cielo al alcance de las manos, nos situa en
una perspectiva distinta, donde lo terrenal se vuelve lejano, distante,
pequeño.
Es precisamente esa perspectiva diferente la que nos brinda
una oportunidad de disfrutar este viaje como una experiencia nueva. La
distancia nos ayuda a desconectarnos de la rutina y a dejar atrás todas las
preocupaciones tan propias del dia a dia, que muchas veces nos estresan y nos
impiden apreciar las cosas simples de la vida. En ese sentido creo que el
viajar nos permite “alivianar” nuestras mochilas emocionales, efecto que
podemos hacer nuestro y sentir desde el momento del mismo despegue.
“Aquel que quiere viajar feliz debe viajar ligero”, decía
Antoine de Saint-Exupery, un aviador francés.