Dicen los neurólogos que para que un abrazo tenga un impacto químico en el cerebro tiene que durar, por lo menos, seis segundos.
En ese tiempo se logra la intensidad necesaria para que los niveles de serotonina se instalen en las neuronas y el efecto relajante sea tan hondo que nos cambie el humor.
En este nuevo mundo sin abrazos, dos lugares cotidianos capaces de producir en nosotros profundos efectos
reconfortantes se han convertido en refugios sanadores para calmar su falta. Uno es la cocina;
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