5.10.25

FELIXIDAD


Hay días en los que necesito bajar un cambio. Posta. 


No porque me lo diga una app de meditación ni porque lo haya leído en algúna  quote motivacional (que seguro también leí, no te voy a mentir), sino porque el cuerpo me lo pide.

El cuerpo, la cabeza, el alma — todos juntos haciéndome piquete y diciendo “che, aflojá un poco, inafffff”.


La ciudad no para. Los mails tampoco. Los eventos, los deadlines, las reuniones con café frío y sonrisas automáticas. Todo eso que me encanta — el diseño, lo social, lo creativo — pero que a veces me deja como planchado, ¿vos me entiendes? Como si me exprimieran las ganas y solo quedara el envase.


Y ahí aparece la Felixidad.

No la de las fotos perfectas ni los hashtags.

La otra.

La que se esconde en cosas simples, las que casi no hacen ruido.


La encuentro cuando salgo a andar en bici sin rumbo.

El viento me despeina las ideas y el pedaleo me acomoda los pensamientos.

Esa sensación de rodar, de no tener que llegar a ningún lado, me baja a tierra y me sube el ánimo al mismo tiempo.


La encuentro cuando estoy con Félix, mi sobrino, que sin saberlo le da nombre a todo esto.

En su risa, en su forma de mirar el mundo con asombro, me enseña que la felicidad no se piensa: se vive.

Sin estructura, sin filtro, sin agenda.


También está cuando pinto, cuando escribo, cuando dejo que salga lo que tenga que salir.

Sin plan, sin corregir, sin querer que quede perfecto.

Ahí aparece algo mío, algo verdadero, algo que me ordena el caos.


Y está cuando me muevo.

Cuando bailo, cuando camino, cuando me pierdo un rato en el silencio.

Porque moverse no siempre es correr: a veces es aflojar, parar, respirar.


A veces me pierdo en todo eso que me apasiona — el diseño, los proyectos, las ideas —, pero también me exige, me drena.

Y entonces la felixidad me rescata.

Me recuerda que no se trata de tener todo bajo control, sino de dejar que algunas cosas simplemente sean.


Capaz la felicidad no es una meta.

Capaz es una colección de momentos que no piden atención:

la risa de un nene,

el olor a pintura fresca,

el viento en la cara,

la luz entrando por la ventana un domingo cualquiera.


Y cada vez que vuelvo a eso, me reencuentro conmigo.

Sin presiones, sin ruido, sin nada the nada, 

Solo yo, respirando.


Y pienso:

capaz la felixidad no es algo que uno busca,

sino algo que te encuentra

cuando bajás la guardia

y simplemente existís.


Chau, muy rico todo.


5.6.25

γαλακτομπούρεκο | Galaktoboureko

 












La vida se encarga

 Estuve reflexionando, largo y tendido, de un tema  que hasta hace poco para mi era Tabu.

Hay amistades que no se rompen, simplemente se van apagando. Como una vela que no se sopla pero igual se consume, lento, inevitable. A veces, uno se despierta y se da cuenta de que esa persona que fue tan parte ya no está, aunque siga viva, aunque respire, aunque todavía tenga tu número agendado. Y no hubo pelea, ni traición, ni drama. Solo distancia. Solo una sensación nueva que antes no estaba: la de que ya no compartimos la misma mirada. Las verdaderas amistades, las profundas, esas que duelen y transforman, nacen cuando dos personas se eligen por cómo son, por lo que despiertan en el otro. Pero cuando uno cambia —porque siempre cambiamos— a veces ya no hay punto de encuentro. Y seguir forzando el vínculo es como hablar en un idioma que el otro ya no entiende. Entonces, ahí aparece algo que aprendí con el tiempo: que terminar una amistad también puede ser un acto de amor. Reconocer que lo que nos unía ya no está, agradecer el camino compartido, y dejar ir con respeto. No hace falta ruido, ni grandes explicaciones. A veces es solo un suspiro. Una especie de despedida silenciosa que, si se hace bien, no deja rencor. Porque hay vínculos que no tienen final feliz, pero tampoco final triste. Solo tienen final.

Y si algún día volvemos a hablar, que sea porque queremos, no porque tenemos que devolvernos un tupper.