5.6.25

γαλακτομπούρεκο | Galaktoboureko

 












La vida se encarga

 Estuve reflexionando, largo y tendido, de un tema  que hasta hace poco para mi era Tabu.

Hay amistades que no se rompen, simplemente se van apagando. Como una vela que no se sopla pero igual se consume, lento, inevitable. A veces, uno se despierta y se da cuenta de que esa persona que fue tan parte ya no está, aunque siga viva, aunque respire, aunque todavía tenga tu número agendado. Y no hubo pelea, ni traición, ni drama. Solo distancia. Solo una sensación nueva que antes no estaba: la de que ya no compartimos la misma mirada. Las verdaderas amistades, las profundas, esas que duelen y transforman, nacen cuando dos personas se eligen por cómo son, por lo que despiertan en el otro. Pero cuando uno cambia —porque siempre cambiamos— a veces ya no hay punto de encuentro. Y seguir forzando el vínculo es como hablar en un idioma que el otro ya no entiende. Entonces, ahí aparece algo que aprendí con el tiempo: que terminar una amistad también puede ser un acto de amor. Reconocer que lo que nos unía ya no está, agradecer el camino compartido, y dejar ir con respeto. No hace falta ruido, ni grandes explicaciones. A veces es solo un suspiro. Una especie de despedida silenciosa que, si se hace bien, no deja rencor. Porque hay vínculos que no tienen final feliz, pero tampoco final triste. Solo tienen final.

Y si algún día volvemos a hablar, que sea porque queremos, no porque tenemos que devolvernos un tupper.