15.4.20

ANIMARSE A SABER NO SABER


¿Por qué murió?  ¿Por qué hizo un paro? ¿Por qué se le proporcionaron genéricos? Porque era inmunodeficiente y se contagió COVID 19, virus para el cual todavía no se cuenta con antibióticos específicos. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

Por estos días, estamos mecánica y maníacamente pendientes de datos, curvas y mapas que, a su vez, nos llevan a más datos, curvas y mapas. Nuestra condición de seres humanos inteligentes conserva intacta la capacidad atávica de las criaturas animales que fuimos: nos anticipamos al riesgo -por ejemplo, el riesgo de perder la vida- a través del miedo. La tensión física y emocional con la que nos carga ese miedo es el estrés.  

En épocas hiper-mediatizadas y, más aún, en semanas info-intoxicadas, esa tensión puede alcanzar picos individuales y colectivos devastadores. El miedo se desborda en estrés y nos empuja a la parálisis. Han caído, entonces, nuestras defensas. No pensamos, o pensamos cercados por temores. No actuamos, o actuamos a partir de decisiones irracionales. 

Miramos la tele, leemos los diarios, abrimos e inmediatamente compartimos cuanto video (¿casero?, ¿profesional?) nos llega al teléfono. Cruzamos fronteras y cada día llegamos a más destinos. Primero aterrizamos en China, Italia, España y Francia. Luego Estados Unidos, Ecuador y Brasil. Hoy llegamos a Nueva Zelanda. Siempre aparece algún dato que creemos nos aportará algún saber tranquilizador. Pero, una hora después, se publica el dato que contradice al anterior y nos devuelve a la confusión.
  
De tanto mirar pantallas nos quedamos haciendo… nada. Miramos pantallas nada más que para mirar pantallas. Pedaleamos en la bicicleta fija del por qué. Del por qué del porqué. Del por qué del porqué del porqué. En días como éstos, la ignorancia es vecina del azar. No sabemos a ciencia cierta si lo que mata es el virus, el cuello de botella hospitalario o la condición personal de riesgo. Tal vez algún día lo sepamos.
  
El control del daño que esta pandemia propinará a nuestros bolsillos y a nuestros proyectos debe ser implementado en velocidad y profundidad. Velocidad, para salvar lo que todavía puede ser rescatado de la pérdida de valor tangible o intangible. Profundidad, para imaginar alternativas radicales y colectivas de resurgimiento. Velocidad y profundidad no pueden desconocer, a su vez, la necesaria incorporación de conocimiento experto.

Experto no es alguien que ya sabe cómo va a terminar esta crisis porque vivió otras semejantes o porque leyó todos los libros que las explicaron una vez que ya habían sucedido. Experto es alguien que ayuda a entender cuáles son los activos (humanos, financieros) que deben blindarse y de qué forma hacerlo, todo eso fundamentado a partir de un marco conceptual y un método operativo que ha transitado otros momentos críticos. 

Una crisis de la magnitud de la actual es el tipo de situación que no puede, ingenuamente, pretender ser resuelta encontrándole una solución. Esta crisis tiene un trámite por delante, trámite para el cual importará ser resolutivos, resilientes, imaginativos y transformadores, pero, sobre todo, metódicos. No hay TIEMPO para el estrés.

M.S.

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